En un primer momento, la idea fue apostar fuerte, defender todo lo que era el Tawantisuyu (“imperio inca”) y por eso sitiaron Cuzco (su centro) durante un año.

Cuando los españoles lograron vencerlo, Manco Inca se dirigió a Vilcabamba: una localidad próxima al Cuzco que resultó ser un lugar clave. No solamente porque era prácticamente inaccesible sino también porque era el lugar más sagrado del antiguo “imperio”. Gracias a esta última cualidad, Manco Inca pudo prolongar la tradición y el ceremonial prehispánicos.

Vilcabamba pasó a ser el último reino inca independiente. Allí se conformó lo que se llamó el Estado Neo-Inca: un espacio territorial que reclamó ser puesto ante los ojos de la Corona, en pie de igualdad con respecto al espacio conquistado.

En su interior la resistencia cobró un sentido más profundo que el de mantener un reducto beligerante y rebelde que resultase impenetrable para los españoles: ella tomó el carácter de preservación de lo que se consideraba propio. Por eso, durante 36 años (desde la decisión de Manco Inca en 1537 hasta la muerte de Tupac Amaru en 1572), los sucesivos soberanos del nuevo Estado fueron la cabeza de una organización compleja que procuró principalmente la persistencia de las formas sociales, políticas, económicas y culturales incaicas.

La vida se revela en el medio de las realidades más difíciles. En esto, hay algunas cosas que podemos aprender de los Incas de Vilcabamba.

Ante una situación verdaderamente adversa, de la cual prácticamente no hay vuelta atrás y que además viene a desarmar lo que considerás más tuyo, sí existe algo para hacer: usar las reglas del juego que esa misma realidad te impone para proteger tus propias convicciones, que te hacen auténtico como persona.

Y además, darnos cuenta de que la diversidad existe y es lo más valioso que tenemos: lo diferente no es inferior, ni tampoco una amenaza. Es posible ser distintos pero iguales.

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