MADRE TERESA DE CALCUTA

En 1928, cuando tuvo dieciocho años, animada por el deseo de ser misionera, ingresó en la congregación de las Hermanas de Loreto, en Irlanda. Allí recibió el nombre de Hermana María Teresa.
Unos meses después inició su viaje hacia India, llegando a Calcuta el 6 de enero de 1929. Fue destinada a la comunidad de Loreto en Calcuta, donde en 1937 hizo los votos perpetuos. En la comunidad de Loreto pasó 20 años…
Pero, ella misma relata que “fue el 10 de septiembre de 1946; cuando caminando por las calles de Calcuta, tropecé con el cuerpo de una mujer moribunda. Ratas y hormigas se paseaban por sus llagas. La levanté, caminé hasta un Hospital cercano y pedí una cama para ella. La mujer murió en esa cama: la primera, la única y la última cama que tuvo en su vida. Este encuentro casual cambió mi vida…
A partir de este episodio, algo quedó inquieto en mi interior. Constantemente me venían estas palabras al corazón: "Tienes que hacer algo", "No puedes quedarte con los brazos cruzados", "Si tú no empiezas, nadie comenzará". Al vivir esa fuerte experiencia vibré por dentro y me preguntaba por qué Dios permitía eso: que hubiera tantas personas en la situación de aquella mujer con la que me había encontrado. En el silencio de esa noche, descubrí la respuesta; Dios me dijo: "Claro que he hecho algo para solucionar esto, te he hecho a ti”.”

Nada fácil fue la tarea que emprendió esta mujer. Dos años pasaron desde ese día en que le cambió el corazón hasta el día en el que comenzó a cambiar su vida.
Dos años, 730 días con cada una de sus horas (no es para nada poco tiempo), en los que ese impulso de servir a los pobres y moribundos, en lugar de apagarse, fue creciendo y tomando forma de proyecto concreto. Hasta que lo decidió: cuando obtuvo el permiso del Papa Pío XII para vivir fuera del convento y trabajar en los barrios pobres de Calcuta, dejó todas la seguridades que tenía y apostó sin saber cuáles serían los resultados.
Empezó sola, como religiosa independiente, y algunos meses después sus alumnas comenzaron a sumarse a trabajar con ella, una a una.

Resultó que la vida que ella dio se multiplicó por miles de sonrisas.

Pero no se pueden separar las acciones de los motivos que las generan. Y en el caso de la Madre Teresa, había un solo motivo: Jesús.
Aunque suene totalmente irracional, ella estaba enamorada de él y él de ella. Podía reconocerlo (verlo realmente y no “hacer de cuenta que estaba”) en cada pobre y enfermo y, solamente por eso, podía tratarlos a todos ellos con la misma ternura que a su amado.
El responsable del servicio social de Calcuta lo entendió bien y, una vez le dijo: “Madre, usted y nosotros hacemos la misma labor social, pero hay una diferencia: nosotros lo hacemos por algo, usted lo hace por Alguien.”

Y vos, ¿Por qué o por quién darías la vida?